domingo, 18 de diciembre de 2011

El cenicero de Eusebio

Eusebio suele ir un poco antes de las diez de la noche a la  puerta principal del supermercado, la que está al lado de los contenedores, precisa. Allí espera en compañía de otros y de alguna que otra mujer a que los empleados del supermercado cierren para pedirles los yogurts, las galletas, los cartones de leche y otros productos alimenticios recién caducados.

Para la necesidad que tienen,  comenta, que se los reparten de una manera bastante civilizada, aunque bromea diciendo que cuánto menos se compre, más caduca, y más podrán recibir ellos. Se ve en su rostro que el sentido del humor es el más grande patrimonio para tirar cada día hacia adelante y espantar todos los fantasmas para que la sonrisa brote con toda su intensidad.

Cuando me habla de su vida me cuenta que primero perdió el trabajo, luego su casa, y que de momento no encuentra acogida en las casas de asistencia porque están masificadas. Hace noche cuando puede en cajeros automáticos, y sino debajo de un puente que conoce bien, al que se refiere como "mi moncloa", más humilde que la del presidente, pero tiene en su puerta un León, así le llama al perro que le acompaña. Bromea mientras me dice que hasta ahora a pesar de ser todo un palacio no le robó nadie.

 Pero cuando, después de la sonrisa recupera el tono amargo y de desdicha me confiesa con la mirada fija en el suelo y en un tono grave, que a casa de sus padres sólo va cuando consigue asearse en una casa de acogida, vestirse bien, unos euros para el autobús y una tableta de chocolate para merendar. No quiere angustiarles, y por su puesto, nos puntualiza que la tableta de chocolate es para su madre, que pasó muchas y siempre vio el chocolate en la boca de los otros y dice que pasó muchas para que pudiese estudiar él lo poco que aprendió.

Cuando le pregunto si está casado dice que no, que vivía con una amiga pero que desde que perdió el trabajo las cosas se pusieron un poco tensas y que lo dejaron, pero que bueno, si quiere volver tiene las puertas de su "moncloa abiertas", que ella lo sabe, advierte. Pero él cree que no volverá.

Nos confiesa que su deseo es volver a tener trabajo para volver a ser normal, es decir, que las madres vuelvan a permitir a sus hijos jugar cerca de él cuando está en el parque, porque ahora no lo hacen al ver los bolsos de vagabundo que lleva. Y cuando dice la palabra vagabundo, repite: -¡vagabundo, quién me lo iba decir a mí cuando disfrutaba de vacaciones en la playa e iba a todas partes en mi coche...!

 Luego reflexiona que algo está mal organizado en la sociedad, pues manifiesta que él no debería estar en la calle, que no se lo merecía ni él ni cree que nadie se lo merezca. Con mucha educación dice que es una vergüenza para todos que existan personas sin casa, sin alimentos, sin amigos, sin trabajo, sin nada en que pasar el tiempo mas que en contemplar su propia miseria,  sin novia... se cansa de decir una larga lista de sin, sin..., sin...

Cuando a su pregunta de a qué me dedico le digo que soy profesor, me replica, ¿pero con trabajo o sin trabajo? Le respondo que con trabajo, luego me dice, pues no olvides decirles a tus alumnos que cambien el mundo, que luchen por un mundo sin excluidos como él, porque si lo permiten, ellos pueden llegar a ser los excluidos... Él se hubiese reído de cualquiera que le dijese cuando estudiaba  bachillerato que podría ser un sin casa...

Ya con prisa me da las gracias por hablar con él,  y cuando se da la vuelta para irse hacia la puerta del supermercado, se agacha, rebusca en uno de sus bolsos y me regala un cenicero hecho con una lata de refresco... Me quedo pasmado mientras me da la espalda diciendo que llega tarde al reparto del supermercado. Sé que tengo monedas en el bolsillo pero considero que no debo ponerle precio al regalo que acabo de recibir, no vaya ser que Eusebio se sienta también "sin posibilidad de que la gente acepte un regalo suyo por ser un vagabundo" Me quedo  con un auténtico regalo de Eusebio en la mano  y con una pregunta en la cabeza ¿quién es aquí el mendigo: Eusebio o yo?

Por su puesto, se lo contaré a mis alumnos y alumnas a través del blog, no para que me recuerden que el miserable soy yo, sino para que me respondan esta pregunta: ¿qué es más importante: que solo unos pocos tengan mucho más de lo que necesitan, o que todos tengamos de todo? ¿es justa una sociedad que consiente que personas como Eusebio acaben en la calle? ¿Es sana una sociedad así?